Buñuel en México


   Algunas de sus historias me parecieron terriblemente tristes como para salir de la sala cabizbajo y ausente, adormecido por el poder hipnótico del cine, abrumado por una “tempestad de sueños que fluyen en oleadas” ¹. Empecé ha asociar al director español con la desolación, la angustia y el pesimismo de sus personajes: muchachos de la calle que golpean a un músico ciego sin ninguna compasión (Los Olvidados), un arquitecto enceguecido por el egoísmo y los celos (Él); o un cura cuya estricta fe en Dios es puesta a prueba al ser expulsado de la iglesia y descubrir que sus oraciones de nada sirven frente a la pobreza y la injusticia (Nazarín).

    La soledad, la violencia y la orfandad eran definitivas cualidades de la mexicanidad en el imaginario de Octavio Paz (ver "El laberinto de la soledad") y son justamente estas dificultades las que atraviesan los personajes en “Los olvidados” (1950). Buñuel criticó el estilo visual, el folklore oficial, las fisuras y los fracasos del cine clásico mexicano². Su poética feroz y un realismo sin concesiones al espectador produjeron violentas reacciones durante una proyección en Paris, generadas por un nacionalismo extremo. El cese de los insultos llegó gracias a un artículo de Octavio Paz y al éxito en el Festival de Cannes¹.

  La desesperanza, la perversidad y feroz crítica social de Los Olvidados, sin embargo, fueron moderadas por la ironia y el humor. Junto a esta visión un tanto cruel y melancólica de la vida marginal, Buñuel había expresado también una visión crítica y satírica en una de sus primeras peliculas que dirigió en Mexico.


   “El gran Calavera” (1949) es la historia de Don Ramiro de la Mata (Fernando Soler), próspero empresario, aficionado a la bebida, sin la voluntad suficiente para hacerse cargo de los negocios y dejar de satisfacer los caprichos de su familia. El hermano médico, preocupado, decide crear una farsa de pobreza junto a la familia a fin de hacer escarmentar a Don Ramiro. En esta relación familiar de conveniencia hay además una historia de amor entre la hija Virginia y un vecino. La exageración de los personajes y la fluidez narrativa, asi como la parodia de una farsa dentro de la ficción, transgreden la sentimentalidad, la autoridad patriarcal y la solemnidad del melodrama clásico. 

      La obra de Luis Buñuel en México, desde "Gran casino" (1946) hasta "Nazarín" (1959), ha sido muy diferente en cuanto a seguir una narrativa convencional o buscar incorporar cuestiones más personales. Tanto en "La hija del engaño" como en "Subida al cielo", la seriedad de los temas y el sentimentalismo del melodrama son transformados por la ironía y el desenfado de la comedia satírica. Sobre sus películas en México, dijo Buñuel: "Creo no haber rodado nunca una sola escena que fuese contraria a mis convicciones, a mi moral personal. En estas desiguales películas, nada me parece indigno" ¹.

   "La hija del engaño" (1951), adaptación de la obra española "Don Quintín, el amargado", es protagonizada por don Quintín Guzmán (Fernando Soler), hombre de estricta moral que un día descubre la infidelidad de su mujer y una revelación sobre la paternidad de su pequeña hija que lo llevará a tomar una inesperada decisión. Años después, don Quintín contrata a Angelito (Fernando Soto "Mantequilla") y Jonrón (Nacho Contra), torpes pero ingeniosos personajes que funcionan como contrapeso al nihilismo y mal temperamento del protagonista. Don Quintin saca su pistola y echa a todos los comensales de su local llamado El Infierno. Cuando aparecen Marta y Paco, los papeles se invierten: hay algo que los personajes ignoran. Don Quintín descubre que Marta sí era su hija y trata de ubicarla en vano. “El Infierno” se convierte en un animado cabaret. La hermanastra Jovita (Amparo Garrido) le pide a Angelito que la contraten como cantante y Don Quintín acepta con la esperanza de ver a su hija Marta. 


... Continuará 

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1. Luis Buñuel & Jean-Claude Carrière: "Mi último suspiro". 1982. Plaza & Janes. 

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