La muralla verde


  “Al avanzar por la carretera o por una trocha parece que tuvieras a cada lado una muralla verde”
    En una carta a su esposa, la voz entusiasmada de Mario expresa un inicial optimismo por haber conseguido un lote y la oportunidad de colonizar la región; pero las cosas no son como se esperan. En las primeras escenas, Mario se lamenta al no poder seguir quemando maleza debido a la lluvia.

    Para llegar a la cabaña, Mario y su familia deben caminar por la trocha y cruzar riachuelos. Asentarse en la selva —un lugar extenso y profundo como los ríos entre las montañas— significa vivir en un espacio adverso y difícil, aunque sin una existencia vital. 

   El tratamiento del tiempo en “La muralla verde” es lo que ofrece mayor complejidad al intercalarse escenas domésticas de la familia en la cabaña, con otras escenas en la ciudad, más pausadas, a modo de flashbacks, creando una discontinuidad temporal.

   Mario tiene una larga conversación en un bar con sus amigos que deciden celebrar un posible matrimonio. Hay un salto temporal. Mario aparece cruzando un riachuelo de la selva. Y luego otro salto en el tiempo, cuando camina por un congestionado jirón del centro de Lima. Hay breves primeros planos detallistas: un camión de juguete, una máquina de escribir, unas pequeñas estatuillas, una serpiente. Estos objetos, junto con el molino de latas que giran sobre un riachuelo, tendrán un mayor significado conforme avanza la historia y sobre todo hacia el final, luego de una escena con las balsas navegando por el rio.



    Por largos pasadizos de un edificio público —acaso un laberinto o alegoría kafkiana que refleja
el enredo burocrático para conseguir un terreno— la cámara subjetiva avanza, cuando Mario sube unas escaleras hasta que al fin encuentra al Jefe de Tierra de Montaña en una oficina oscura y sigue una áspera discusión sobre la adjudicación de un lote en Tingo María. Las interminables idas y venidas parecen concluir cuando el Director promete la Resolución del Ministro.

  La familia no consigue adaptarse a los rigores de la geografía agreste. La total oscuridad de la noche envuelve a Mario, Delba y Rómulo, apenas iluminados por un lamparín (
hay una escena parecida dentro de una casa de campo en “Uncle Boonmee” de A. Weerasethakul, cuando aparecen los espíritus de vidas pasadas). Mario y su esposa discuten el destino de Mendelssohn, un buey criado desde pequeño que se sale del corral y destruye los cafetos, incapaz de adaptarse al ambiente doméstico. En distintos momentos, Mario debe vencer las dificultades que le impiden dejar la ciudad, viajar con su familia, adaptarse, establecerse y enfrentar un ambiente adverso.


  La música a veces precede a cada escena y varía como si estuviera afectada por la discontinuidad temporal. Una pieza orquestal con algún plano general, una percusión cuando aparece la comitiva presidencial, las notas de una guitarra o un tema de jazz.

  La estilización de las imágenes en “La muralla verde” (1970), la forma en que se registran los espacios, tanto interiores como exteriores, parece imponerse sobre los diálogos —algo solemnes— y la expresividad de los personajes. Hay un contrapunto entre la selva (el presente) y la ciudad (el pasado). Hay también una sensación incierta con relación al presente y a los recuerdos, como en "El último año en Marienbad" (1968) de Alain Resnais, o "El espejo" (1975) de Tarkovski. El tercer film de Armando Robles Godoy debió ser una sorpresa en el cine peruano de los años 60. 
 

 

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