Birdman
El actor vive entre los estrechos pasadizos del teatro y las
constantes dudas de su mente. La voz del imaginario superhéroe lo persigue en
su camerino o en las calles mientras ensaya una obra en Broadway. Alrededor de
Riggan (Michael Keaton) giran su hija, el acezante productor y los demás actores
que representan una adaptación de Raymond Carver, motivo de riñas, confesiones
e histerias interpretativas detrás del escenario.
Esa tendencia de Alejandro González y su anterior
guionista por mezclar personajes de distintas clases sociales o culturas (“Amores
perros”, “Babel”) tiene esta vez una nueva aproximación gracias al steady-cam
de Lubezki que logra crear un aparentemente larguísimo plano-secuencia dentro
del laberíntico y antiguo teatro sin dar respiro a los personajes. Un plano
secuencia puede seguir a un personaje, revelar un lugar, registrar el tiempo. En
“Birdman” la interminable continuidad de la imagen y los solos de batería parecen
condicionar y afectar las historias con un riguroso itinerario.
Es posible que el registro urgente de “Birdman” este lejos de la
espontaneidad e improvisación de “Opening night” (1977) de Cassavetes. A Gena
Rowlands los fantasmas, el alcohol y los años la afectaban al extremo de no
poder seguir representando una escena frente al público.
El actor y director
Riggan discute con su hija y con el actor Mike (E. Norton). Tratando de olvidar
sus angustias entra al mismo bar donde vuelve a encontrar a la severa crítica
del New York Times para quien su obra es simplemente mala. El actor ofendido
responde que ella no sabe nada de intensidad, ni de actuación ni de procesos
creativos; ella solo sabe poner adjetivos y “etiquetas”. La sinceridad del
artista frente a la injusta crítica subjetiva.
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