Mad Max: Fury road


  Antes de llevarse varios premios Oscar, la última entrega de la saga “Mad Max” ya había sido considerada uno de los mejores estrenos del 2015, y no solo por sus logros técnicos, su caravana de autos reciclados, su desaliñado vestuario o las persecuciones por el desierto africano.

  La trama es bastante simple: dos rebeldes a bordo de un viejo camión cisterna emprenden interminable huida por el desierto en busca del paraíso perdido. Tras ellos, el implacable Immortan Joe y sus secuaces kamikazes rapados los persiguen sin descanso. La mayor ambición del solitario Max es sobrevivir; la única esperanza de Furiosa (Charlize Theron) es encontrar un hogar. Cuando el Dakar retro-futurista parece concluir, la incertidumbre frente al panorama desolador acaba por liquidar toda ilusión.

  Esta nueva secuela de “Mad Max” es una alegoría que simboliza una sociedad despótica sometida por un señor de la guerra, dueño del agua y el combustible; un polvoriento “western sobre ruedas”, según el director australiano George Miller, que mantiene el espíritu de la franquicia al recrear un mundo post-apocalíptico, salvaje, tiránico y fetichista levantado sobre las restos de alguna guerra como en “Mad Max: Beyond Thunderdome” (1985), parte de la saga y también del ozploitation australiano.




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