Erase una vez en un mítico oeste
El paisaje rojizo y fordiano de Monument Valley, la incertidumbre del desierto, las vías de un nuevo tren surcando una ciudad en construcción, una estación que traerá progreso y civilización a Flagstone donde parece que la ley y el orden aún no han llegado. El barroquismo y detallismo de los escenarios, los rostros en primer plano: desgastados, curtidos por el tiempo... la mitologización del viejo oeste.
Los sonidos ambientales y la música del italiano Morricone crean una atmósfera complementaria a las palabras en "Once upon a time in the west" (1968).
La harmónica del pistolero idealista que busca saldar cuentas con el pasado; la guitarra y una trompeta para el ambicioso y despiadado gunman de Flagstone; la voz de una soprano y los violines para Jill McBain, la viuda heredera de Nueva Orleans. En cada aparición de Cheyenne -bandido romántico de moral ambigua- se oye un silbido y un banjo...
Los personajes de Sergio Leone transitan entre la fidelidad histórica y la mitología literaria, entre una posible realidad y una instituida ficción, entre la ley y el dinero (como en la trilogía del dólar), aunque aquí, en "Once upon a time in the west", Bronson y Fonda no se juegan la vida por una mujer o el oro. Armónica y Frank pertenecen a una raza antigua, casi épica, impulsada por la venganza, el honor o el heroísmo; vieja estirpe en el imaginario del western, contemporanea de Shane, Wyatt Earp, Ethan Edwards o George Hansen.
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