El glamour


   Más tarde, esos ojos empezaron a retirarse y el mundo de color púrpura del organismo se alejó hacia las sombras purpúreas. Cuando los ojos por fin salieron de donde habían estado, la pantalla se llenó con el rostro y el pecho desnudo de un hombre. Tenía una postura rígida que revelaba un estado de parálisis, y sus ojos estaban fijos, todavía sorprendentemente vivos.

  —Nos lo muestra —murmuró el hombre que estaba sentado a mi lado—. Se lo ha llevado. Ya no puede sentir quién es, solo está la presencia de ella en su interior.

   Estas afirmaciones, a primera vista las de un poseso, parecían ser la cuestión. Por supuesto, aquel punto de vista de la situación dotaba de un tremendo estímulo a mi propio estado de ánimo de aquella noche y lo instaba a la culminación en una especie de éxtasis degradado, un ataque de pánico y olvido. Sin embargo, mientras miraba fijamente el rostro del hombre de la pantalla, me di cuenta de que era el que me había encontrado en el vestíbulo. No obstante, no fue fácil reconocerlo porque su carne ahora estaba incluso más oscurecida por la maraña de pelos que le cubría la cara, espesa como una barba. Los ojos también le habían cambiado bastante y miraban a la audiencia con una ferocidad que sugería que en realidad sí servía como huésped de una gran maldad. Pero de todas formas, había algo en aquellos ojos que ocultaba el hecho de una completa transformación, una conciencia del encantamiento y la súplica por la liberación. En los siguientes instantes, esa observación adquirió un grado de sustancia, puesto que el hombre de la pantalla recobró el conocimiento, aunque durante poco tiempo y de forma
limitada.

   Su esfuerzo de voluntad era evidente en las ligeras contorsiones de su cara, y su máximo logro fue bastante moderado: se las arregló para abrir la boca y gritar. Por supuesto, no salió ningún sonido de la pantalla, porque solo se percibía una música de imágenes para ojos que veían lo que no debía verse. De este modo se creaba un efecto que desorientaba, una disonancia sensorial que disipaba el estado de ánimo de aquella noche, cuyo hechizo sobre mí se convertía en mera resonancia hasta desaparecer; porque el grito que retumbaba en la sala procedía de otra parte del cine, un lugar más allá de la altísima pared al fondo del auditorio.

   Cuando consulté al hombre que estaba sentado a mi lado, me pareció que hizo caso omiso a mis comentarios sobre el grito dentro del cine. Por lo visto, no veía ni oía lo que ocurría a su alrededor ni lo que le estaba ocurriendo a él. De la tela de las butacas salían largos cabellos hirsutos que se arrastraban por sus brazos y por cada parte de su cuerpo. Los pelos también habían penetrado en su ropa, pero no pude hacerle saber lo que estaba sucediendo. Al final me incorporé para marcharme, porque sentía cómo los pelos tiraban de mí para mantenerme en mi sitio. Cuando me levanté se rompieron, como cuando se arranca un hilo suelto de una manga o un bolsillo.
 

   El "El glamour" es una corta historia del escritor norteamericano  Thomas Ligotti que forma parte de la serie "The voice of the dreamer" publicada en la colección "Grimscribe: His lives and works" (1991)


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