Django y el desencanto



   Ha llamado la atención este thriller policial y carcelario con sus personajes maniqueos, violentos, extremos, su ritmo nervioso y dinámico, sus ambientes sórdidos, desaforados y opresivos.

   Orlando Hernández, alias Django, trata de rehacer su vida con su familia lejos del mundo delincuencial. Ahora ruega frente a una Biblia para que su hijo José, alias Montana, se aleje del mal personificado en un ostentoso, manipulador y rencoroso gánster llamado Marquina. Django quiere dejar atras el pasado que todos se empeñan en recordar, y no volver al viejo oficio y la leyenda. Esta vez el antagonista principal no es el policía Maco sino Marquina, quien planea un secuestro con ayuda de un policía y Montana.

   Django (Giovanni Ciccia) y Marquina (Aldo Miyashiro) se desafían, son perseguidos, traicionados y capturados; intentan reconciliarse en la cárcel, pero el odio y la venganza persisten. La fe que profesa Django no basta para salir del infierno. A pesar de cierta justicia, al final de esta áspera crónica urbana de Aldo Salvini hay una sensación de pesimismo y fatalidad, un sombrío estado de ánimo.

   No una sino muchas cárceles visitó el cajamarquino Oswaldo Gonzalez, el Django de la vida real. El periodista Czar Gutierrez lo entrevistó para El Comercio: 

  “El Frontón, Cachiche, Lurigancho, Castro Castro, La Oroya, El Sexto, Huancavelica, Lampa, rayos, truenos relámpagos, tuberculosis, fuego, de todo me ha pasado allí adentro”, dice la versión peruana de Franco Nero, el primer Django del cine (1966). “Y si en mi vida pasada fui asaltante de bancos, ahora asalto al diablo y rescato vidas para Dios”.



   En otros rincones de la capital limeña se respira un aire de amargura y desencanto. Sofía en “Octubre” (2010) o Vicente en "El evangelio de la carne" (2013) parecen aferrarse a una esperanza, a un milagro que les permita dejar la soledad o superar una enfermedad. En otra recreación de una Lima distante y anónima, la policía Rosa Chumbe vive una silenciosa y melancólica existencia. La fe colectiva de los devotos siguiendo al Señor de los Milagros en procesión viene a ser un camino para la redención o la salvación. La religiosidad redentora como un refugio frente a la violencia, la decadencia o la desesperanza.

   Federico de Cárdenas decía que "El evangelio de la carne" era el retrato de "una Lima abigarrada en lo visual que se mueve entre violencia y religiosidad (...) Los personajes encuentran en la precariedad que los atenaza una facilidad para actuar en los márgenes y someterse a un orden poroso que les permite transitar entre la violencia más primaria y una religiosidad redentora en la que es posible encontrar un refugio".

   Sobre nuestra realidad social y cultural, el investigador José Mendívil escribe: "Somos una sociedad con una historia sombría y un devenir exageradamente enmarañado en el que todo parece decirnos que no existe salida que encontrar ni camino que andar para evitar la extinción de nuestra República (...) una sociedad perdida en los laberintos de sus mil caras que parecieran decirnos que el futuro será para nosotros siempre una ilusión, un engaño, una promesa incumplida".

 

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